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¿Y si el hormigón enfriara tu edificio?

Un verano de calor extremo, una cubierta que arde al sol y un problema recurrente: enfriar los interiores sin disparar el consumo. La novedad llega desde el propio material. Un cemento de nueva generación —descrito en la revista Science Advances (agosto de 2025)— refleja la mayor parte del sol y emite su calor al cielo. No necesita enchufes. Y abre una puerta práctica a edificios más confortables y eficientes.

Cómo enfría un material sin enchufarse

El principio es sencillo y potente. La superficie refleja casi toda la radiación solar para evitar que se caliente. Al mismo tiempo, emite calor en una franja del infrarrojo que atraviesa la atmósfera y se pierde hacia el espacio.

Ese doble movimiento permite algo que parece contraintuitivo. La superficie puede estar más fría que el aire que la rodea, incluso a mediodía con cielo despejado. El resultado es una cubierta o una fachada menos abrasadora y un interior que sufre menos.

El avance está en el corazón del material. La microestructura del cemento se “ordena” para dispersar la luz y favorecer esa emisión hacia el cielo. No hablamos de una pintura frágil, sino de un material robusto que soporta uso intensivo y clima duro.

La diferencia con soluciones tradicionales se nota en la durabilidad. Un recubrimiento puede perder rendimiento con el tiempo por ensuciamiento o abrasión. Aquí, el comportamiento óptico nace del propio cemento. Esa integración reduce la dependencia de capas añadidas y facilita el mantenimiento.

El segundo rasgo diferencial es la compatibilidad con la construcción real. El material puede fabricarse en paneles o capas, integrarse en prefabricados y entrar en obra sin alterar de forma radical la cadena de suministro. Eso acerca la innovación al terreno del promotor y del gestor patrimonial.

Vivienda y oficina. Cuál es el cambio real

El primer campo de juego son las cubiertas. Son las superficies que más radiación reciben en verano, y bajo ellas están los espacios que más se recalientan. Si arriba baja la temperatura de la piel del edificio, dentro se reduce la transferencia de calor por conducción y radiación.

En viviendas, la diferencia se percibe con claridad en las plantas ático. Salones y dormitorios dejan de “acumular” tanto calor por la tarde. El aire acondicionado se enciende menos tiempo y trabaja menos forzado. La sensación térmica mejora sin necesidad de bajar dos grados el termostato.

En oficinas, el efecto se traduce en picos de demanda más suaves durante la jornada. Las unidades de climatización arrancan con menos estrés en las horas críticas. Esto reduce consumos y alarga la vida útil de los equipos. Además, estabiliza el confort, un factor clave para productividad y bienestar.

En fachadas el enfoque cambia. La radiación varía con la orientación y la hora. La intervención cobra sentido en paños muy expuestos, especialmente en suroeste. Combinada con sombras y, cuando procede, con cámara ventilada, la piel exterior puede “expulsar” buena parte del calor antes de que llegue al interior.

El clima manda. Donde hay muchas horas de cielo despejado, el potencial del enfriamiento radiativo es mayor. En zonas húmedas y nubosas, el beneficio existe pero es más moderado. Aun así, en episodios anticiclónicos intensos —cada vez más frecuentes— la diferencia vuelve a ser relevante.

El usuario final no necesita un manual técnico. Lo que importa es si el espacio aguanta mejor el calor y si la factura eléctrica baja en verano. Cuando la superficie exterior se mantiene varios grados menos caliente, el interior respira. Y las máquinas necesitan menos ayuda para mantener el confort.

Coste total, carbono y escalabilidad

El precio por m² no cuenta toda la historia. Lo decisivo es el coste total de propiedad: lo que pagas hoy más lo que ahorrarás en energía, mantenimiento y equipos durante la vida útil. Si la cubierta se calienta menos, el aire acondicionado trabaja menos (menos horas y menos estrés); en obra nueva incluso puede instalarse una potencia algo menor y, en rehabilitación, baja la factura cada verano. Así, un pequeño sobrecoste inicial puede amortizarse en pocos años y convertirse después en ahorro neto.

Hay un capítulo climático de primer orden. El cemento es uno de los grandes emisores del planeta. Cualquier mejora que reduzca energía en fabricación y, además, ahorre electricidad durante el uso, multiplica su impacto. El nuevo enfoque combina ambas cosas, con un perfil de emisiones embebidas más bajo y un desempeño pasivo en operación.

El argumento regulatorio es claro. Menos kilovatios hora de frío y menos CO₂ embebido encajan con la taxonomía europea y con los criterios ESG que hoy condicionan financiación y valoración de activos. Para un portfolio con metas climáticas, cada intervención en cubierta suma de forma inmediata y medible.

La escalabilidad no es un detalle menor. Hablar de cemento —y no de un recubrimiento experimental— abre la puerta a integrar el material en líneas de prefabricación. Paneles de cubierta, piezas de fachada o losas con acabado radiativo pueden salir de fábrica listos para obra. Eso reduce incertidumbre y tiempos.

La adopción real exige pilotaje. Un edificio representativo, instrumentación sencilla y comparación antes/después. Temperaturas superficiales, consumo eléctrico y datos de confort. Con evidencia propia es más fácil replicar en otros activos y negociar condiciones con proveedores.

En términos de CAPEX, el diferencial con soluciones convencionales dependerá del formato elegido y del precio de mercado cuando haya oferta estable. Pero el retorno se apoya en variables que el usuario entiende: menos calor arriba, menos horas de aire acondicionado y, a medio plazo, menos averías.

“La clave no es prometer edificios sin aire acondicionado en cualquier clima, sino recortar la demanda de frío allí donde más duele, con un material sólido y escalable que convierte la cubierta en un radiador hacia el cielo.”

Dónde tiene más sentido y cómo empezar

El mapa de oportunidades no es uniforme. En el interior peninsular, en valles con veranos secos o en archipiélagos durante la temporada de calmas, la ventana atmosférica está “más abierta” y el material rinde mejor. En costas húmedas, conviene priorizar sombras efectivas y ventilación nocturna, y emplear la capa radiativa en cubiertas muy expuestas.

La cubierta es el lugar idóneo para una primera fase. Es continua, accesible y fácil de instrumentar. Los encuentros son más sencillos que en fachada, y los resultados se perciben rápido en las estancias superiores. Con datos positivos, la ampliación a paños verticales bien soleados es un paso natural.

Las sinergias importan. Una cubierta que refleja y radia calor funciona aún mejor si la envolvente tiene un aislamiento correcto y si el edificio puede ventilar de noche cuando baja la temperatura exterior. En fachada, el juego con sombras fijas o móviles multiplica el beneficio del material.

Para el promotor, el material añade un argumento comercial tangible. No es un reclamo cosmético. Es una mejora funcional con impacto en confort y en costes. Y puede verificarse con registros de temperatura y consumo. En mercados donde la demanda de frío crece, este tipo de pruebas de rendimiento crea confianza.

En comunidades de propietarios, el enfoque debe ser pedagógico. Explicar que la tecnología no “apaga” el verano, pero sí lo hace más llevadero. Que la inversión está en la piel exterior, no en un gadget. Y que el resultado se mide con menos horas de compresor y con interiores que no se disparan al caer la tarde.

La coordinación técnica es clave en rehabilitación. Revisar encuentros con petos, lucernarios y equipos, planificar el mantenimiento y prever cómo se integran futuras instalaciones —fotovoltaica, por ejemplo— para no comprometer el comportamiento óptico. Es una obra de envolvente, no una mano de pintura.

Reflexiones finales: del debate a la acción

El enfriamiento radiativo lleva décadas descrito en la literatura. La diferencia es que hoy dispone de una vía constructiva creíble para entrar en edificios residenciales y terciarios. Un cemento que refleja el sol y emite calor al cielo, que soporta la intemperie y que se integra en procesos industriales, no es un experimento de laboratorio. Es una herramienta nueva para una necesidad urgente.

No hay soluciones milagrosas. En días nublados el efecto baja. El ensuciamiento puede atenuar la reflectancia si no se limpia. Un mal detalle constructivo puede arruinar un buen material. Pero el valor de lo pasivo está en su constancia. Trabaja siempre, no depende de un enchufe y no requiere que el usuario cambie de hábitos.

Para el sector inmobiliario, la promesa es pragmática. Menos picos de temperatura, menos consumo de climatización, más confort. En un mundo que se calienta rápido y donde el aire acondicionado es cada vez más necesario, cada grado que dejamos de absorber arriba se traduce en bienestar abajo.

El camino lógico pasa por pilotos bien diseñados. Elegir el activo correcto, medir con rigor y decidir con datos. Si los resultados acompañan, el resto es ejecución. Y una vez que la cubierta se convierte en aliada, la envolvente deja de ser un problema para convertirse en parte de la solución.

La pregunta del título deja de ser retórica cuando llegan las olas de calor. ¿Y si el hormigón enfriara tu edificio? Si lo hace sin enchufarse y sin ruido, mejor todavía.

Lectura relacionada: “This supercool cement keeps buildings comfortable without AC” – Fast Company

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